sábado, 7 de noviembre de 2009

Third Person - Sanfeliu

Aún recuerdo la primera vez que escuché la música de Ivan Yuq. Era una noche cualquiera, ya de madrugada, y volvíamos a casa después de un concierto de Divine Comedy. Lo recuerdo porque íbamos empapados con la música, el sudor y la lluvia de abril, habíamos cerrado todos los bares, ya no había ningún otro sitio donde ir, y llegó esa hora temible en que los pájaros empiezan a cantar y todo el hechizo y la ilusión de la noche se quiebra en un instante con esa primera luz que nos dice que ya está, ya fue, la noche se rompió y se acabó lo que se daba. En Barcelona los pájaros no cantan de madrugada, la noche se alarga más un poco más, pero también acaba yéndose, y nosotros con ella. De modo que acabamos los tres o cuatro últimos irredentos en casa de un amigo de uno de ellos, no recuerdo quién ni cómo se llamaba. Recuerdo, sin embargo, la entrada de la casa, un portalón de madera repintada en la calle Riereta, en el número
veintitantos, ya no sé cuál, y menos aún el piso o la cara, pero subimos lentamente y a trompicones por la escalera empinada, uno detrás del otro chistándonos entre risas y entre nosotros para no meter mucho ruido, y al llegar arriba alguien abrió la puerta y entramos. Yo estaba acabando de liarme un porro en el sofá mientras alguien sacaba algo de beber, y ya iba a pedirle a nuestro anfitrión que pusiera "Horses" de Patti Smith cuando me di cuenta de que en el tocadiscos había un vinilo que giraba. ¿Lo había puesto él mientras yo me acomodaba en el sofá? ¿Estaba quizás puesto de antes? ¿Era uno de esos tocadiscos antiguos que puede repetir automáticamente la cara del disco, una y otra vez, hasta el infinito? Me acerqué para subir el volumen de aquella música extraña que se había escondido entre el murmullo de nuestras voces indistintas: parecía salir de la escalera, de los camiones de riego que empezaban a recorrer las calles, del
susurro intermitente de alguna moto que pasara por la calle, de las cañerías y del hueco de entre las paredes. Parecía salir de todas partes y de ninguna. Convencional y previsible, pero no carente de encanto, aquella música tenía una lánguida melancolía cautivadora, bien que algo desvaída y enojosa. Alguien comentó que le recordaba a la música de la vuelta ciclista, y todos nos reímos, yo un poco a desgana. Recuerdo que la canción se basaba en la repetición de unos pocos elementos mínimos que se iban hilvanando uno tras otro. Y cada ocho compases algo cambiaba, sin aspavientos, o si no cada dieciséis, el ritmo cambiaba, un instrumento callaba, la melodía superpuesta a las programaciones entraba o salía, llevando la canción hacia adelante. Era música electrónica, enteramente instrumental, al menos la cara del disco que escuchamos, pero tenía algo de extraño y pasado de moda, como aquellos dibujos animados checos que mirábamos de pequeños: apenas tenían un par de años de antigüedad, pero incluso para nosotros, que éramos unos críos, parecían algo del siglo pasado. Hablaban desde un lugar lejano, y esa extrañeza los hacía remotos, inaccesibles y cautivadores. Pregunté qué era lo que escuchábamos. "No sé, lo encontré de segunda mano en Edison's y me gustó el título. Eran 10 LPs por 1000 ptas. Este es de los mejores del lote: imagínate el resto. ¿Quieres que lo quite?"
Pasé el porro y me acerqué para ver la carátula del disco, pero venía sin carátula: tan sólo una funda en cartón crudo, con unas palabras inscritas en rotulador: "Ivan Yuq: Third Person (1983)". La canción acabó.
"No, ya está bien. ¿Te importa que vuelva a ponerla? "
"Tú mismo, pero no subas mucho el volumen, que no son horas."
Al mirar hacia delante, lo vi todo claro: el vinilo en el tocadiscos, la doble pletina abierta, una cinta de cromo desocupada encima del altavoz. No sé por qué, sólo que debía hacerlo, y antes de poder pensarlo, ya estaba todo hecho por mí: una mano deslizaba la cinta en la ranura de la pletina, un dedo apretaba el botón rojo, el disco volvía a girar y la bobina de la cinta lo perseguía ágilmente. Volví al sofá y me dejé llevar por la indolencia de los últimos jirones de conversación y, horas después, al despertarme en una sala vacía, sustraje la cinta del estéreo, me la metí en el bolsillo, cerré la puerta tras de mí y salí del piso sin ser notado.

Aquellas canciones son todo lo que queda de aquella noche y aquella mañana de abril, como esta misma, hace ya muchos años, y de aquella cinta robada a la ocasión, que ahora quizás esté o no esté en otra sala, como aquella misma. Luego, más tarde, en el azar de los años, quiso la ocasión que pasara un verano, creo que fue el del 98, haciendo la ruta de los hoteles de la Costa Dorada. Yo tocaba los teclados en el piano-bar o en el lounge, por la tarde. Luego, ya entrada la noche, hacíamos el repertorio de temporada con la orquesta del hotel. Música de baile. Merengues. Cumbias. Algún bolero, pero pocos. Mucha pachanga. Eran orquestas grandes, pero el repertorio era el mismo en cada sitio y cada noche. Había pruebas de sonido, y entonces yo probaba mi equipo. Llevaba una caja de ritmos Roland MC-303, un teclado Korg analógico, un piano eléctrico Yamaha y un viejo secuenciador. Para hacer la tarea más llevadera, tocaba aquello que había
estado escuchando, o simplemente lo que me apetecía, sin pensar mucho en ello: Patti Smith, Television, The Insides, Iván Yuq. Apenas había gente, y la que había todavía estaba cenando en el restaurante, o cargando baterías en la barra. En esos breves instantes antes de que la molicie del corazón partío y de las rancheras del Sabina, o el meneíto meneíto meneíto y la bomba y el caimán se apoderaran de la pista, a nadie parecía importarle. Y sin embargo, parece ser que alguien tuvo la peregrina idea de deslizar otra cinta en la pletina de la mesa de mezclas, y apretar el botón rojo para capturar aquellos sonidos, que son y no son los mismos que yo antes capturara de forma accidental y fortuita. El resto -tosco y rudo cual es- son estos breves fragmentos de ese naufragio mío, y del de Iván Yuq.
Muy atentamente,

Sanfeliu


Sanfeliu - Third Person






martes, 12 de mayo de 2009

lunes, 11 de mayo de 2009

Your White de El Disgusto (Iván Maestre)



Ivan Yuq de Toni Tena




http://tonitena.blogspot.com/

Bartleby



Para sorpresa nuestra, hoy encotramos nuevamente un mail de Roger, quien hacía un par de días nos había enviado la esquela de la defunción de la hermana de Ivan. Esta vez ya no había mensaje, sólo un documento adjunto, "Bartleby_y_compañia.jpg", la página del libro de Enrique Vila-Matas, abierto por las páginas 102 y 103, reproduciendo el capítulo 41. En él se puede leer cómo Enrique y Clara Janés se cruzan con Ivan cuando ya lo daban por desaparecido en 1989, justo después de la grabación del disco en México:

41) Han transcurrido varios años desde mi primer y último encuentro con Iván Yuq. De la memoria, sólo rescato un amargo sabor cenagoso. El resto del recuerdo se manifiesta confuso. Algunos escritores del No provocan, en el mismo instante de conocerles, un inmediato sentimiento de rechazo, como si algo en nuestro interior nos alertara del peligro que corremos si decidimos entablar conversación con ellos. «El abismo de la verdad nunca agradó a la naturaleza del hombre», escribió Jorge Luis Borges el día antes de recibir la Gran Cruz de la Orden al Mérido de manos del séptimo presidente de la república italiana Alesandro Pertini.
A finales de los ochenta, resulta común recordarme deambulando a altas horas de la madrugada del brazo de mi amiga Clara Janés. Por aquel entonces, a Barcelona se la conocía como la ciudad del corazón perforado. Bajo la Plaza Cataluña, la célebre Avenida de la Luz se extendía majestuosa como un oasis subterráneo. A diario, más tarde o más temprano, todos los grandes trasnochadores, sedientos, desembocaban en aquel túnel para celebrar lo más parecido para un urbanita a un aquelarre en declive.
En nuestro enclave predilecto, Janés y yo éramos, en comparación, los lugareños más sobrios. También, de vez en cuando, deleitábamos a la asustadiza audiencia con recitales espontáneos a viva voz. Una madrugada a finales de diciembre, me acuerdo por los monigotes de papel de diario que llevaba prendidos en la espalda de la americana, conseguimos tomar Janés y yo, en nombre de la poesía, el alto de la barra. Yo no mostraba ninguna preferencia poética en particular. En cambio, a Janés le fascinaban los versos de Holan. « Lluvia sin árboles... Húmedo heno.../ Apertura del gas... Nube frita en la sartén de la luna.../ Parpadeo... Guiño... Desaparición de las formas.../ Casi tropieza con la carretilla de tierra del cementerio.../ “¿Me quiere usted?” –Sí./ “¿Me ama?” –No.»
Una noche Janés se interrumpió en seco y respondió a mi mirada interrogadora con un leve movimiento del dedo índice. Señalaba por encima de mi hombro. Me giré y vi, por primera y última vez, a Iván Yuq. Era un vagabundo sentado en el rincón más alejado. Bebía cerveza y fumaba sin cesar.
«No doy crédito a mis ojos. Iván Yuq –me susurró Janés–. Hace un año que se le da por desaparecido. Desde Veracruz. Su obra aúna literatura y música. Los musicólogos están intentando desentrañar sus ritmos, por lo visto se trata de un lenguaje único. Le daban por muerto. Grabó su último disco en México y se esfumó.» «¿Y qué hace ese estrafalario personaje con nombre ruso en Barcelona?», le pregunté a Janés. «Es catalán, de La Floresta. Su hermana está ingresada en un psiquiátrico de Barcelona, seguramente ha venido a visitarla.»
El vagabundo nos miró. De repente. Y apuró la cerveza. Sólo yo vi cómo retorció la lengua dentro de la jarra. Tuve que ir al cuarto de baño, no pude aguantarme las arcadas. Janés permaneció en su taburete, muy tensa. Era imposible que nos hubiera oído, con el barullo del bar y a tanta distancia. De todas formas, al regresar del cuarto de baño, me senté junto a mi amiga en silencio. Como escribe Guy de Maupassant, el temor y la evidencia no resultan buenos compañeros. El vagabundo se irguió y se dirigió trastabillando hacia la puerta del bar. Tarareaba una canción indescifrable. Sólo entonces Janés decidió romper nuestro silencio. «Dicen que su descubrimiento le ha costado la cordura. Después de la grabación de El chico del circo ambulante y tal como vaticina en Adiós, la canción que cierra la cara B, Iván Yuq desapareció. El tema concluye con la promesa de no escribir una sola palabra más. Yuq renuncia a cualquier pretensión y no quiere que la gente se apiade de él. “Si el hombre asume su soledad/ pierde toda pretensión”», recita Janés. «Y fin.»
El vagabundo se alejó por las calles regadas de orín. Su lengua blanca e hinchada por los hongos se perdería en el cuerpo de alguna prostituta de la calle Robadors al rayar el alba. A los pocos meses de aquel encuentro, la Avenida de la Luz se apagó y nunca más se encendió. Su lengua se ha convertido en el recuerdo más vívido de aquella época. Se me seca la boca cada vez que pienso en ella, en la piel de las prostitutas, en el amargo sabor cenagoso de los besos de un desaparecido.
La semana pasada se me ocurrió llamar a Janés. Le pregunté por Iván Yuq, si se sabía algo de él después de tantos años. Janés asintió. Cinco años después, Iván regresó a la luz pública. Su hermana había sufrido un grave accidente en el hospital y perdió ambas piernas. Iván se presentó en el centro y se la llevó a la casa familiar de La Floresta. La mujer no sobreviviría más de un año a las secuelas. Tras su muerte, Iván Yuq se desvaneció, esta vez definitivamente, como si su hermana y él siempre hubieran sido la misma persona.

African Boy de Charly

domingo, 10 de mayo de 2009

Vera Martí Klimenkova



Encontramos en nuestro correo esta imagen de una esquela. Es la esquela de la hermana de Ivan que se publicó en La Vanguardia el día después de su muerte... el escueto mail sólo ponía:

"Seguro que os interesa esto que encontré. Roger"

Contestamos rápidamente al mensaje con un montón de preguntas pero aún no nos ha contestado.

El payaso Zimmerman de Carlos Be



El payaso Zimmerman
es sólo piernas
y vive en lo alto
de las puertas.

El payaso Zimmerman
sólo se ve
desde dentro,
nunca desde fuera.

Abre la puerta
y entra,
saluda a Zimmerman
sobre tu cabeza.

Sus piernas se balancean
sin cuerpo sobre tu cabeza
el payaso Zimmerman
es sólo piernas.



Transcripción de la letra de El payaso Zimmerman, primer tema de la cara B de El chico del circo ambulante de Iván Yuq, publicado por la discográfica A.T.O.M. (México D.F., 1988).

http://www.carlosbe.blogspot.com/

Cartel para Ivan Yuq




Este sábado 16 de mayo a partir de las 19h, inauguraremos la exposición con los trabajos recibidos. Habrá la actuación de Gongoras, y Fur Voice estará sampleando y reinterpretando el sonido ambiente. También Supervil realizará un dibujo en directo en el escaparate de Cruzcastillo
Os esperamos!


www.myspace.com/gongoras
www.myspace.com/furvoice